jueves, 13 de agosto de 2009

Que encierren a los perros

5 de agosto de 2009, 5.30 am. Camino anclada, bajo el fuerte brazo de un hombrecito, por una calle larga de un pueblo, en el que la vida pasa sin sobresaltos.
Esa noche, acudí a la reunión pactada de antemano, desde siempre, con los amigos de toda la vida, esos que son mis amigos, desde el momento mismo en que mi madre me concibió.
Después de beber mucha cerveza y algo de tequila, de "bailar" un par de canciones con esa única persona que me perdona mi descoordinación desde hace dos años, tres, cuatro o igual y de toda la vida; Después de ponerme al tanto de la vida de los entrañables, de los que aunque lejos se recuerdan, se quieren y se les desea vivan y dejen vivir.
Después de larga lista de anécdotas contadas en desorden, entre basafadas de un ginecólogo alcohólico en un hospital de Guadalajara, las aventuras cantinescas de un abogado mujeriego que sueña con un amor para toda la vida, la incongruente vida loca de un asalariado que ni picha, ni cacha ni deja batear, y por supuesto mi anecdotario de viajes rurales... Salí rumbo a casa, caminando, andar ese kilómetro y medio con tacones de 5 cm (Mucho para alguien que generalmente usa tenis o zapatos planos) a las 5 de la mañana y temiendo que un perro enloquecido de los mil que nos salieron al paso, se acercara demasiado y me clavara sus colmillos, valieron solo por caminar bajo ese brazo, al lado de ese cuerpo, en compañía de esas palabras...
Hacia tanto tiempo, mil palabras pendientes anudadas en la garganta, un sentimiento intacto, una vida que nos queda para tratar de seguir caminando muchas madrugadas juntos, como cuando niños, en un tiempo en que lo único que nos separaba era una cerca, infinitas veces burlada por solo una hora más de juego.
Esta ves queríamos entrar por la misma puerta, alargar la despedida, que el primer rayo de sol nos sorprendiera en esa estrecha calle, pero el embelezo de una amistad reestablecida terminó por una manada de perros echados de sus hogares, ni modos, debo pedir a los vecinos de la cuadra que encierren a sus perros o los enseñen solo a mirar y a no meterse en las conversaciones de los humanos, con sus ladridos, invitando a los que a esas horas duermen a sumarse al festín....
Tuvimos que entrar a la casa, cada quien a la suya, en puertas paralelas, con el corazón más tranquilo, con la ilusión renovada, con un camino por delante aun mas largo que el ya andado.

1 comentario:

  1. No me gustan los perros, odio a los perros!!!
    desde entoncs me ando con precaucion : )
    buena narracion, saludos

    No sabia que tenias un blog que bueno felicidades por el tuyo, saludos edith.

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